El Papa Francisco inició su pontificado hace apenas poco más de dos años. Su antecesor en la Sede Romana, el Papa Benedicto XVI, sorprendió al mundo con un enorme acto de humildad: renuncio a su pontificado. Afirmó el entonces Papa: “Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”.

Tras el cónclave de elección papal, nuevamente se sorprendió el mundo. El 13 de marzo de 2013 inició su trabajo como sucesor de Benedicto XVI. Jorge Mario Bergoglio, un religioso con 55 años de ser jesuita, se había distinguido en su natal Argentina por ser un Cardenal cercano a las cuestiones sociales. El nuevo Papa viene del fin del mundo y pide la bendición del pueblo desde el balcón vaticano donde se presentaba a la Plaza de San Pedro, como Obispo de Roma, inclinándose para ello. Desde ahí nos dimos cuenta de que es un Papa sencillo, afable, que sabe oír y dialogar, que se compromete con los excluidos, que quiere “oler a oveja”. Sus primeras palabras como Papa fueron: “hermanos y hermanas, buenas noches. Ustedes saben que el deber del cónclave es darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo, pero ¡aquí estamos! (...) Y ahora comenzamos este camino, Obispo y pueblo”.

Es el Papa que usa muceta blanca y no roja, zapatos normales y hasta desgastados; el que se va a vivir a un apartamento pequeño, en Santa Marta, dejando los palacios pontificios; celebra Misa con los trabajadores más sencillos del Vaticano; abraza y besa a niños y enfermos; detiene su auto en la carretera para saludar a discapacitados o meterse en la lluvia con la gente en Filipinas; es el que hace lío con los jóvenes.

El poder del Papa es el servicio que se dejó ver en el lavatorio del jueves santo del año 2013, cuando lavó los pies de jóvenes reclusos entre los que estaba una chica y algunos musulmanes. Su cercanía con la gente en la Plaza de San Pedro cuando firmó el yeso que entablilló la pierna de una niña.

Su influencia en el mundo es enorme. Tras su saludo los domingos en la Plaza de San Pedro, a sus escuchas el Papa les desea “Buen domingo y provecho”. Es un Papa a quien “le sobran los papeles”. Cuando rompe el protocolo sorprende con palabras que todos comprendemos. Como religioso, como latinoamericano y desde el Evangelio, Francisco habla desde el corazón: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. En la Misa crismal de la Semana Santa de 2013, apenas a unas semanas de haber sido electo dijo: “Esto es lo que les pido: sean pastores con olor a oveja. Salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás, para ir a las periferias existenciales”.

Hacer lío, salir a la calle, claves como la misericordia y la ternura. Ello ha dado lugar a la Revolución de la ternura, ejercer el perdón en las casas aunque “vuelen los platos”. Es un Papa que propone la cultura del encuentro, que condena la exclusión, el Papa que encuentra la fuerza de ser cristiano y de ser Iglesia en la misión y en la alegría del Evangelio, el mismo que huye de la autorreferencialidad. Es el sencillo pastor que saluda a su dentista, que llama por teléfono a las religiosas a su convento, que se sienta con los empleados del Vaticano a oír misa.

Cada palabra y acto de Francisco es digno de atención. En este sentido, será muy interesante verque podemos aprovechar del pensamiento y la propuesta del Papa Francisco en este país tan lastimado por la violencia, la inseguridad, la corrupción y en general la falta de humanidad. Creemos que la propuesta de Francisco para vivir en una Iglesia de puertas abiertas, pero sobre todo sabemos que con su mensaje puede contribuir a tener mejores condiciones de vida para todas y todos.


Gerardo Cruz González, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC-Investigación)